No es fácil definir qué es lo que ocurre con la juventud hoy en día. El abanico es grande. Están los jóvenes responsables, maduros y aquellos que entran en conflictos y muestran problemas con su actitud.  Todos ellos responden a patrones que ejercen una influencia directa sobre ellos como la familia, la cultura, el país de residencia, los avances tecnológicos, redes sociales, amigos, tendencias de la actualidad...

Todo joven tiene la necesidad de sentirse que pertenece a un grupo y de definir su identidad. Entran en la época de los ideales, de los enfrentamientos, de los valores morales y de la autoestima.

Los padres vivimos esta transición madurativa de los hijos con mucho respeto y cierto miedo pensando que “ojalá” los nuestros no se junten con amistades, compañeros conflictivos o poco recomendables que les desvíen del camino que tanto nos ha costado que iniciaran. Cruzamos los dedos y hacemos filigranas por apartarlos de las adicciones como el alcohol, tabaco, juegos, drogas. Nos asusta que caigan víctimas de determinados contenidos de las redes sociales. En definitiva nos volvemos locos por intentar que nada se escape de nuestro control.

Da la impresión que en la actualidad son más que nunca anti-normas, anti-sistema, rebeldes e intolerantes. Decimos parecen esperar que las normas y reglas se adapten a ellos, a lo que ellos quieren.

Sin embargo y desde la perspectiva espírita, olvidamos que nuestros hijos son espíritus que llevan consigo una trayectoria tan larga como la nuestra y que son ellos quienes nos escogieron como padres porque consideraron en su  momento, que estarían bien guiados por nosotros  a la hora de tener que superar sus compromisos adquiridos para ésta existencia.

Eso deposita en nosotros  una doble responsabilidad; pensar que ellos confían en nosotros ya desde la espiritualidad  nos alerta a saber encontrar la forma de educarlos y no fallarlos.

No perdamos de vista que solo somos instrumentos en sus vidas y confiemos en Dios, dejemos en sus manos aquello que escapa a nuestro control. Sabemos en nuestra conciencia  que les hemos dado enseñanzas morales, les hemos educado en el respeto, la confianza, el bien y el amor. Hemos dedicado infinitas horas de charlas, reuniones, debates evangélicos y conocen la visión de la vida desde el enfoque espírita. Así que todas esas semillas van a germinar en su interior y van a fortalecerse convirtiéndose en los mástiles de sus vidas en esos momentos de vendaval y tormenta. Serán sus faros de referencia que les ayudará a volver y reemprender su ruta.

En muchas ocasiones y en las distintas realidades familiares sabemos que no todo se va a desarrollar de forma óptima y a pesar de todos nuestros esfuerzos y dedicación hacia ellos quizás parezca que nada surge efecto, que nada parece germinar y que nada se reconduce. Entramos ahí como en una especie de desesperación, desánimo, frustración y tristeza. En esos momentos no debemos perder de vista que cada joven, como espíritu, posee el libre albedrío puesto que son individualidades y ellos escogen que camino quieren tomar. Debemos respetar esto puesto que llevan un bagaje espiritual recorrido y se encuentran en momentos de evolución distintos  que desconocemos. Hay que estar ahí, para ellos, para que puedan recurrir a nosotros cuando lo crean, cuando lo necesiten. Debemos orar por ellos para puedan ser protegidos de los enemigos contraídos en un pasado, para que puedan despertar del error. Nuestro amor les debe envolver puesto que será lo único que puede abrir esa brecha necesaria para que puedan recapacitar.

El Espiritismo proclama el amor en todo; el amor que no juzga, que no clasifica, que no reprime. Es el amor por elección, porque nos da paz, comprensión, visión, serenidad. Es el que no enfrenta sino que acompaña y sea cual fuere el camino escogido del/la joven debe encontrar en nosotros la referencia de la calma, del diálogo, del pacto siendo constantes en todo momento.

Poco a poco y cada uno desde su punto evolutivo florece en él la semilla del conocimiento y del amor y ése joven hoy ya adulto depositará su mirada atenta en su pasado para recordar cómo fue conducido, guiado y así ser capaz desde su experiencia poder acompañar a nuevos jóvenes que a su vez volverán a ser el futuro.

Es con la ley del amor, la ley de causa y efecto que vamos aprendiendo, avanzando y evolucionando tanto en la tierra como en la espiritualidad. 

Hemos sido jóvenes y volveremos a serlo en futuras existencias donde podremos mejorar en aquello que no fuimos capaces en la última y todo se aprende y todo mejora. Porque al final nosotros también somos hijos, estamos bajo la mirada atenta y protectora de nuestro padre, Dios, que nos acompaña en nuestra trayectoria espiritual y nos abraza para reiniciarnos en cada tropiezo de nuestro andar.

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