Leguas al servicio del Espiritismo

En 1860 Allan Kardec emprendió su primer viaje al servicio del Espiritismo con destino a Lyon. Se detuvo en algunas localidades que hacían parte del trayecto hacia la ciudad que le vio nacer. Sens, Mâcon, Saint-Etienne, le acogieron cordialmente dejando una agradable impresión en el inolvidable viajero. La noche del 19 de septiembre, se daban la mano por primera vez, dos dirigentes espíritas. Las puertas del Centro Espírita de Brotteaux, en Lyon, abrían paso al ilustre pensador. Kardec y el Sr. Dijoud plasmaron la escena con un saludo fraterno junto a la Sra. Dijoud, mujer sensible, modesta y gran ejemplo para los trabajadores que se reunían en aquel primer centro, pues hasta el momento era el único existente en la ciudad. Al año siguiente agregó Bordeaux al itinerario, volviendo a verificar la buena marcha de la Doctrina, el inmenso progreso de la creencia espírita y la seriedad con la que ya se encaraba el Espiritismo. En el año 1862, Kardec dedicó siete semanas, y ciento noventa y tres leguas a visitar una veintena de localidades, asistiendo a más de cincuenta reuniones.

¿Qué buscaba Kardec al emprender sus viajes? Nos lo dice él mismo en el libro, Viaje espirita 1862, obra que nos acerca a su personalidad firme y entregada.

Nuestro viaje tenía una doble finalidad: Ofrecer orientaciones donde hubiese necesidad de ellas y, al mismo tiempo, instruirnos nosotros mismos. Deseábamos ver las cosas con nuestros propios ojos, para conocer el estado verdadero de la Doctrina y el grado en que ella es comprendida; estudiar las causas locales, favorables o desfavorables, para su progreso; sondear las opiniones; apreciar los efectos de la oposición y de la crítica e informarnos del concepto que hay formado de ciertas obras.

Leyendo el discurso pronunciado por Kardec en las reuniones generales que mantuvo con los espíritas de Lyon, Bordeaux y otras ciudades visitadas, surge un pensamiento; quizá sea la imaginación que quiere hacernos retroceder en el tiempo; permitir, con ello, que nos veamos delante del Codificador, escuchándole desde la última fila, posición que tomaríamos, pues vaya siempre por delante, el respeto a los que nos precedieron. 

Allí, junto a tantos hermanos y hermanas de ideal, con toda seguridad sintiéramos la fuerza emanada del espíritu sereno que animaba al pedagogo incansable. Cabe preguntarse si vislumbra que sus palabras, 158 años después, continuarán fortaleciendo a los que hoy clamamos responsabilidad, coherencia y esa conducta que identifica a los verdaderos espíritas. ¡Cómo no! Su mente preclara le permitía ver más allá, por ello redobló continuamente esfuerzos para que la Ciencia del Infinito fuese comprendida y aplicada. Vió la necesidad de hablar de cuestiones graves que permanecerán en el tiempo, sabiendo lo difícil que resulta al hombre vencer el orgullo y el egoísmo y todas aquellas inclinaciones tan perniciosas para el ser. Hoy pese a que el Espiritismo se ha extendido y divulgado, gracias principalmente a manos abnegadas y tantos centros espíritas serios, que trabajan incesantemente por llevar la doctrina a lugares y corazones, tristemente podemos comprobar que en pleno siglo XXI, hay especulación moral en nuestras filas, esto es, tal como expresó Kardec, la satisfacción del orgullo, del amor propio. Es el caso de quienes intentan, al margen de todo interés pecuniario, hacer del Espiritismo un pedestal honorífico para colocarse en evidencia.

Sus palabras continúan enseñándonos y alimentándonos, hoy estamos, más que nunca, necesitados de ellas.

Espiritistas, sois los impulsores de esa obra grandiosa. Haceos dignos de tan gloriosa misión, cuyos primeros frutos estáis ya recogiendo. Predicad, sí, con las palabras, pero hacedlo, sobre todo, con el ejemplo. Comportaos de suerte que, al veros, no puedan alegar que las máximas que enseñáis son en vuestros labios palabras vanas.

Con la caridad por guía, marcha el Espiritismo hacia la conquista del mundo

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