Cap. XVII– SED PERFECTOS  Ítem 11. Cuidar el cuerpo y el espíritu.

Reflexiones a la luz del evangelio según el espiritismo sobre cuidar el cuerpo y el  espíritu, en el marco de la  sociedad actual

 En cada una de las personas que integramos la sociedad todo, absolutamente todo, está íntimamente conectado, no siendo ajeno a esa unidad integral del ser, el cuerpo y el espíritu. Para posarnos en esta reflexión tenemos que partir del conocimiento del alcance de los términos, cuerpo y espíritu, el primero está compuesto de  los  sistemas físicos, materiales y orgánicos que dan carta de naturaleza como ser vivo al ser humano; en cuanto al segundo, el concepto de espíritu, para apreciarlo en su integridad, tendremos que hablar de sus características fundamentales, concluyendo que es aquel en el que confluyen el pensamiento, la voluntad y el sentimiento.

Partiendo de la reflexión anterior, se deriva del alcance y contenido de los términos, cuerpo y espíritu, que los mismos no se encuentran uno enfrentado al otro, sino al contrario, son complementarios, y es más, esta existencia corporal que vivimos no la podríamos comprender, ni sentido alguno tendría, si no combinamos de forma inescindible ambos términos. ¿Qué sería más que el cuerpo de un animal irracional  el cuerpo de un ser humano que no se encontrara revestido con el pensamiento, la voluntad y el sentimiento?, efectivamente, así es, todo cuerpo humano por ser la expresión y envoltura de un espíritu, analiza, razona inteligentemente, decide desde su íntima libertad que le proporciona la naturaleza humana, su libre albedrío, y es sujeto activo de emociones.

El espíritu y el cuerpo se retroalimentan recíprocamente. Qué verdad es, y al menos en esta vida, no hay otra alternativa. Las acciones y reacciones del cuerpo son el reflejo del pensamiento, guiado a veces por la razón –o la sinrazón-, otras por la emoción, que puede determinar actuaciones positivas o negativas, y la mayoría por una combinación de ambas, razón y emoción, que para que tengan un efecto saludable y  positivo en el bien en el proceso de conformar la voluntad del ser humano, no deben verse enfrentadas,  y si así se vieran, porque es absolutamente normal que así ocurra, el consenso debe operar como paraguas sobre el que se debate emocional y racionalmente llegando a alcanzar el equilibrio, que será el instrumento y fin donde el ser humano se desarrolle. En este punto al igual que el cuerpo no está enfrentado al espíritu se puede y se debe transmutar a la razón y la emoción, una razón sin o contra un sentimiento siempre termina por ser una iniquidad, y una emoción sin razón poco se diferencia de los resabios de animalidad que aún reverberan en el ser humano; por esto la propuesta debe ser la de un sentimiento razonado o viceversa, la de una emoción razonada en el bien.

En la sociedad de la que formamos parte, muchas veces pasa desapercibida la importancia del cuerpo, más es así de forma clara, en las fases de la vida en la que la salud nos acompaña, donde descuidamos consciente o inconscientemente el cuidado del mismo. Los episodios de enfermedad nos alertarán, por el dolor, de la importancia de prestar cuidado y atenciones a nuestro cuerpo y ahí muchas veces tendremos que llegar para valorar la bendición que supone el instrumento corporal como herramienta de evolución espiritual; siendo que lo contrario, es decir que no precisamos de la patología corporal para interiorizar el valor del cuerpo, será un claro signo de evolución y desarrollo como ser humano y espiritual.

También en nuestra sociedad nos encontramos con lo contrario, se valora y cuida el cuerpo en exclusiva, desoyendo consciente o inconscientemente, la necesidad de cuidar nuestra esencia espiritual, en la concepción de pensamiento, sentimiento y voluntad que antes hemos indicado. Pues bien, esta situación se asimila a la de un caballo desbocado, sin jinete que lo comande, donde los deseos corporales y materiales se impondrán como ilusorios  objetivos que llenarán, solo temporal y superficialmente,  nuestras existencias, siendo estas circunstancias detonantes de los vacíos más profundos que nos alcanzarán de forma transcendental, derivando muchas veces en depresiones con miedos, ansiedades y frustraciones –por no cubrir las expectativas materiales que nos impusimos como falsos objetivos vitales-, así como tristezas profundas y continuadas -por haber olvidado la parte espiritual de nuestro ser- 

Una lacra que acecha a nuestra sociedad, la violencia de género, en la que podemos visualizar el maltrato al prójimo, violentando su cuerpo o directamente su espíritu, según nos encontremos con una violencia activa –la que daña el cuerpo- o una mal llamada violencia pasiva –la que daña directamente el espíritu-. Si ya ponemos de relieve la gravedad que se traduce de los ataques o malos tratos al cuerpo o espíritu de uno mismo, qué tendremos que decir de los que tienen por objeto al otro; la conclusión se revela meridiana, concretando en que el daño al prójimo es doblemente grave, pues además de nuestra reforma íntima precisamos, en uno u otro momento, en una u otra existencia, del rescate, de la compensación derivada de la ley natural, lo que conlleva como necesidad reparatoria de aprendizaje el dolor, que acompañará en numerosas ocasiones, el drenaje y tratamiento de esas situaciones que no solo nos perjudican a nosotros, sino también y fundamentalmente a nuestro prójimo.

En esta nuestra sociedad, donde el cuidado del cuerpo y del espíritu se descuida por acción y omisión y donde aún persiste el daño a ambos, tanto a los propios como a los de los hermanos de humanidad, la conclusión evolutiva se debe situar en el equilibrio, equilibrio como cuestión de cordura de seres humanos viviendo una experiencia corporal, donde el corazón en movimiento  en pro del bien y la buena voluntad se sobrepone a los excesos corporales y materiales y a las carencias espirituales.

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